viernes, diciembre 14, 2007

El perseguido

I

La lluvia había dejado de caer, aún las calles estaban inundadas y otras aún podían ser caminadas. Yo seguí caminando por la calles que alguna vez dije que no pisaría. El café Tete sigue vacío, yo sigo esperando o por lo menos tengo la esperanza de que ella llegue o que Martínez y Maldonado vengan. Dejo el cigarrillo y el libro que leía. Siento que hay algo que me observa-es ella-, ya la había olvidado, sin embargo, nadie podía dejar de recordar su rostro ingenuo y diabólico.

Había dejado los estudios superiores cuando la conocí, Fernanda era tímida y simpática., poco a poco nos fuimos relacionando, creo que fue Diego Martínez quien me la presentó en una reunión con los otros del grupo (que ahora se han perdido). Luego de unas cuantas semanas salimos a recorrer la ciudad, yo siempre prefería el parque Bustamante, era agradable pasear por ahí. Fue en aquel parque donde nos acariciamos y nos besamos por primera vez.

II

No sé porque me alejé de ella; llegué al Café Tete, estuve escribiendo un poema, mientras pensaba en ella y dije “iré a su casa”. Una extraña locura invadió mi ser. Tomé la primera micro que pasó (sin idea a donde me llevaría). Vi como subía la gente con sus paraguas, otras mojadas, la imagen de una muchacha me la recordó, más bien creo que fue el perfume. No sé como llegué, sólo sé que estuve varias horas sentado frente a su casa, tenía miedo de tocar el timbre. Deseaba que ella saliera, que sintiera mi llamo mental. La noche llegó pronto y el frío igual, creo que el frío me obligó a tocar el timbre, era tarde y mi deseo la obligó a salir de la casa. Me vio y me besó. Me dijo que entrara, que caminara sin hacer ruidos. Llegamos a su habitación, me dijo al oído, duerme allí, mientras apuntaba a una cama vacía, y volvió a decir, iré a buscar unas frazadas. Los ojos se me cerraban lentamente, y vi su sombra frente a mí. Sentí rozar sus labios con los míos. Sus manos abrazaron mi cuerpo, ella llevaba un pijama o una polera larga. Pronto pude sentir sus pequeños pechos en mis manos, ella susurró a mi oído, ¿es tu primera vez? Asentí con la cabeza, creo que notó mi falta de experiencia.

Al otro día, cuando desperté en la cama, ella ya no estaba, sin embargo, aún podía percibir su sabor en mis labios. Alguien abrió la puerta y dijo, debes salir ahora mismo, sal por la ventana. Tomé mi ropa y salí por la ventana, camine hasta el final del patio donde salté el muro.

III

Aquella noche nos juntamos, Martínez, Maldonado y Julio Vallejos (fue la primera vez que lo vi), fuimos a un bar céntrico, en donde bebimos hasta altas horas de la noche, conversamos de la nueva trova, algunos escritores contemporáneos. En mi locura, decidí ir a su casa, realmente quería acostarme con ella. Salí del bar cuando la lluvia comenzó a caer, no sé que diablos habrán pensado Martínez y Maldonado cuando me vieron salir tan apresurado, sin decir una palabra. Cuando llegue a casa de Fernanda, toqué el timbre y nuevamente apareció ella. Me hizo pasar a la casa, apenas podía caminar-no sé como pude llegar-, recuerdo haber dicho que la amaba y que la deseaba. Desperté al otro día, Fernanda abrió la puerta y dijo, vamos a tomar desayuno. Llegamos a una mesa con 5 personas. Ella me presentó, dijeron, hola. Fernanda dijo, aquí vivimos 6 estudiantes, todos somos de regiones, a la doña María no le gustan que traigamos visitas por eso te pedí que salieras por la ventana. Conversamos toda la mañana, le conté sobre mis escritos, parecía interesada en ellos, ella dijo, quiero verlos. Saqué algunos poemas que tenía en la chaqueta. Elogió mis poemas. Antes de almorzar comenzó a hablar de su familia, de sus primos y tíos, de su pueblo. Ella preguntó, ¿y tus padres?, me hice el desentendido, y repitió la pregunta, un poco molesto respondí, no me gusta hablar de ellos. Fuimos a comer al Tete, allá estaba Martínez y Maldonado. Comimos algo simple pues no traíamos mucho dinero. Conversamos del tiempo, del existencialismo, Martínez habló de crear una revista para los nuevos poetas contemporáneos, me gustó la idea, soñé varios días con ello. Cuando terminamos de comer, fuimos con Fernanda a la Estación de Metro, desde allí ella iría a su Facultad, yo iría a mi departamento.

IV

Una mañana salí pensado en juntarme con Martínez, me llamó durante la noche, diciendo, que era necesario que habláramos. Nos juntamos en el Parque Bustamante para poder ir a un café a pie. Cuando llegué al Parque, Martínez que ya estaba allí, traía un archivador. Mientras caminábamos al Café Tete, dijo, aquí traigo todos los poemas que he reunido de los poetas jóvenes de Santiago, quiero que estés en la revista. Le dije, tendremos que ir a mi departamento, allá tengo mis poemas. Caminamos hasta mi departamento en Bilbao. Era un departamento bastante pequeño, pero era lo necesario para mí, y además era lo único que podía pagar con el dinero de mis padres. Cuando le pasé mis poemas a Martínez dijo, me iré ésta tarde a Concepción a reunir más poemas. Tomamos un café conversamos un poco, el pregunto sobre Fernanda, le dije que no había visto hace varios días. Él dijo, me debo ir al terminal, que te vaya bien con Fernanda. Creo que esa fue la última vez que vi a Martínez en Santiago.

V

Durante todo el tiempo que Martínez estuvo en Concepción, la relación con Fernanda se fue deteriorando cada vez más, nuestras reuniones se convertían en discusiones, poco a poco la fui odiando y amando.

Un día estábamos conversando en el Tete, ella se levantó molesta, y me abofeteó, dijo, no te quiero ver más y salió corriendo a la calle. Corrí tras ella, pero había tomado un taxi. El cielo se nubló y comenzó a llover. Camine bajo la lluvia hasta mi departamento.

Preparé un café y miré por la ventana, me dije, ya no soporto esto, debo conversar con ella mientras le daba un sorbo al café. Esa noche no pude dormir, estuve pensando en su cuerpo desnudo, tibio y delgado. Cuando amaneció, salí a caminar por las calles de Santiago, necesitaba poner en orden mis pensamientos, ella, Martínez en Concepción, mis padres, todo era un torbellino de palabras y recuerdos…un mar de confusiones. Caminaba por San Antonio cuando pensé que acabaría con Fernanda.

VI

Durante algunos días, la llamé, uno de los inquilinos contestaba el teléfono y decía, ya se fue a la facultad, u otras veces, ella no está, salió. Con tales respuestas me enfurecí y fui hasta la casa donde arrendaba. Cuando llegué, tardé en tocar el timbre, esperé sentado en la calle alrededor de 2 horas. Me armé de valor, toque, y vi que ella abrió. No sé si de su rostro cayó una lágrima al verme o si fue después de que le dije, esta es la última vez que te veré y tú a mí. Con esas últimas palabras me despedí de ella y disparé 3 veces. Su cuerpo cayó y su sangre corrió hasta mis botas y subió por mis pies hasta mi pecho y se interno en mi pecho hasta el corazón. Casi perdí el conocimiento, pero escuche que alguien estaba gritando ¡FERNANDA! Y entonces comencé a correr por donde llegué.

VII

Tomé el primer bus a Concepción, buscaría allá a Martínez. En el Tete me encontré a Maldonado, el me dio la dirección en donde Martínez estaría durmiendo por lo menos. Me preguntó por qué estaba tan apurado en irme, le dije, que ya no quería estar en Santiago y que deseaba ayudar a Martínez en la revista. La camarera del Tete se acercó a preguntar si queríamos un café o un jugo, le dije que tomaríamos dos café. Cuando se fue, apareció Fernanda en el lugar donde estaba Maldonado, tal como estaba vestida el día que la asesiné. Me dijo, ¿por qué lo hiciste? No veías que yo te amaba. Le dije que no podía seguir viéndola, que me hacía daño verla y que discutiéramos cada día, cada noche, cada vez que hacíamos el amor. Ella se calló, creo que me comprendió y empezó a llorar. Yo me paré y me fui, no pude seguir viendo su rostro, la camarera trató de decirme algo, no la escuché, Maldonado quedó allí sentado, donde estaba Fernanda.

VIII

Busqué a Martínez en la dirección que me había dado Maldonado, pero ya no vivía allí. Decidí buscarlo por las plazas, o en algún bar barato, seguramente ya no tenía dinero y no consiguió trabajo. Me alojé en una habitación cerca del Terminal. Estuve casi una semana buscándolo por la ciudad. Entré en un bar cerca de la medianoche, pedí una cerveza. Estaba bebiendo cuando, Fernanda se me acercó y me dijo, por qué no lo buscas en la universidad de Concepción, le dije, que ya había ido y no lo había encontrado. Cuando terminé la cerveza, ella ya no estaba. Ésa misma noche camine hasta la universidad de Concepción. Encendí un cigarrillo y alguien me grito. Al voltearme vi a Martínez, estaba sin afeitar y sucio. Conversamos y me pidió un cigarrillo. Le conté que había terminado con Fernanda, y que había llegado hace casi una semana a Concepción. Él me contó sobre los poemas que había reunido y la gente que había conocido. Lo invité a dormir a mi pieza, y me dijo gracias, que llevaba dos semanas durmiendo en la universidad. Durante el resto de la noche, no dejó de hablar del futuro y la trascendencia que tendría ésta revista en la literatura Chilena, comenzó a nombrar poetas y poetizas.

IX

Había dejado de pensar en Fernanda, me distraía con los viajes que hacíamos con Martínez. Estuvimos en Los Ángeles con unos poetas y bebimos hasta el ocaso del día, otro día en Chillan, Cabrero, Laja y otros pueblos que ya he olvidado. Ya teníamos más de mil poemas y cerca de 200 poetas, o mejor dicho, cerca de 200 jóvenes que deseaban ser poetas entre Santiago, y Concepción. Un día mientras arreglábamos nuestro equipaje para volver a Santiago, y tal vez ir luego a Coquimbo y Serena, luego Iquique, llegó Fernanda, tenía en sus manos la carpeta de Martínez y comenzó a hablarme, no le presté atención, ella siguió insistiendo y puso su mano sobre mi hombro, le dije que se fuera, que ya no deseaba nada de ella, pero siguió, me enojé, le grité y la empujé hacía la cama. Le dije, no me obligues a hacerlo de nuevo, comencé a llorar y saque el mismo revólver, y disparé. Tomé la carpeta y salí a tomar el bus. Ésa día fue el último día que vi a Martínez.

X

A la semana de la muerte de Martínez me encontré con Gaspar, él estaba en el Tete, fumando y leyendo “las armas secretas” de Julio Cortázar, me dijo, que aún la seguía viendo, le pregunté algo extrañado, ¿a quién sigues viendo? Me dijo que a Fernanda, su respuesta me dejó atónito, yo sólo sabía que Fernanda había sido asesinada frente a la casa donde estaba arrendando, pero nadie vio al asesino. Me confesó que él le había disparado a quemarropa y había huido. No sé si fue rabia o pena lo que sentí por Gaspar, le dije que ése día el estaba viajando a Concepción cuando Fernanda murió. Me dijo que la había vuelto a matar, cuando estaba en Concepción, ella había robado las carpetas de Martínez. Le dije, Martínez fue asesinado. Al escuchar eso, gritó, ¡vete, déjame en paz, caminó hacia a la camarera, la agarró y la empujó, corrió.

A los días después, nos volvimos a encontrar en el Tete, seguía en la misma mesa. Lo saludé y me dijo, que había estado con Martínez. Martínez le había dicho que llevará los poemas a una editorial. Me ofrecí a llevarlo a una editorial, Gaspar me lo agradeció. Era tarde, le dije si quería que lo llevara a su casa, me dijo que no, prefería caminar. Me despedí, esa fue la última vez que lo vi en el Tete.

XI

El lunes fue la última vez que hablé con Martínez, me dijo que le había robado la carpeta con los poemas, yo le dije, que no se preocupara, que yo las había recuperado. Nos juntaríamos en el Tete a conversar sobre la editorial, y le dije que Maldonado, nos ayudaría también. Cuando vi llegar a Martínez al Tete me alegré, y lo abracé, estuvimos conversando toda esa tarde, tomamos café y fumamos. La tarde estaba llegando a su fin cuando Fernanda apareció. Me asusté al verla, pero desapareció. Seguí conversando algo nervioso con Martínez, y ella dijo, no recuerdas las tardes que pasábamos aquí con tus amigos, se sentó frente a Martínez, escuchaba su voz, me molestaban sus palabras, su rostro. Le dije, iré a mojarme la cara. Martínez se quedó allí sentado fumando. En el baño, me observé en el espejo, mientras algunas gotas de aguas caían de mi pelo. Atrás apareció, diciendo, me gusta más el baño de tu departamento. Escapé del baño y ella venía hacia mí, saque el revolver de mi chaqueta, y disparé, una, dos, tres veces, Fernanda yacía en el suelo, pero ya no estaba Martínez sino Maldonado, y el cuerpo de Fernanda tampoco estaba, sino que era la camarera sangrando.

XII

La mañana que desperté, estaba en un hospital, podía escuchar a los médicos diciendo que había tenido suerte que la bala, no había tocado ningún órgano vital. Esos días me los pasaba drogado. Me visitaban mis familiares constantemente, pero ninguno comentaba nada. El día en que me visitó Vallejos, le pregunté que había pasado. El comenzó a contar, que el día en que nos juntaríamos en el Tete, un loco estuvo allí toda la tarde, conversando con una taza de café. De repente empezó a gritar, y se fue al baño, la camarera lo fue a ver, y salió el loco. Le disparo dos veces mientras gritaba, Vallejos, siguió contando mientras iba a buscar un café, que al entrar al Tete una bala le penetro el abdomen y que había caído. Le pregunté por el loco, Vallejos dijo, que cuando vio los cuerpos, tomó la pistola y se mató. Cuando Vallejos se iba, dijo, oye, aquí está tu carpeta, estuve ojeándola y hay muy buenos poemas. Cuando miré la carpeta recordé a Martínez y Gaspar.



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sábado, diciembre 08, 2007

La noche de los perros obscenos

La noche de los perros

No me creerán las cosas que les diré, pues dicen que estoy realmente loco, pero loco de qué me pregunto cada mañana, pero la verdad es que ahora comienzo a contarles lo que ocurrió con todos aquellos, que alguna vez fueron artistas de una generación olvidada.

Siempre me sentaba allí esperado que alguna de esas sombras que pasaban por aquel parque se detuviera y me hablara, pero que estupidez me decía Gustavo cada vez que me encontraba allí fumando o bebiendo algo. Que personajes vi allí, pero yo esperaba que pasara aquella sombra que una vez me llevó a la casa de los perros nocturnos.

I


LA LLUVIA caía intensamente como pequeñas piedras, habíamos salido a juntarnos con los poetas que nos creíamos ser o por lo menos tratábamos de serlo. Nos convocamos como siempre en la casa de Gustavo, la cual era amplia y perfecta para nuestras tertulias, que a veces se basan en hablar de mujeres y algunos poemas y más de alguna vez en beber y fumar. Y es cuando empiezas con la duda, vale pena seguir con ellos o es mejor dejar la poesía a un lado y darle más tiempo al trabajo o quizás al estudio, pero todas las dudas desaparecen cuando estás allí conversando sobre algún poeta desconocido o recitando alguno de tus escritos. Así fue como pasamos muchas semanas y meses en casa de Gustavo, hasta la noche en que aparece uno de los más jóvenes del grupo acompañado de una niña, o más bien una joven, la cual nos deja atónitos a todos, nunca había estado una mujer. Aquella mujer de pelo castaño ondulado, delgada y risueña, era Catalina. Sí, Catalina sabía donde estaba, era más diestra con la poesía que nosotros, parecía que ella venía a sustituir el lugar de Gustavo, razón por la cual comenzó a ser despreciada por éste, además de su homosexualidad. Que hacía tan especial a Catalina, no lo sé.


II


DE VEZ EN CUANDO solía pasear por lo bares en busca de un nuevo compañero con quien hablar, pero sólo encontraba ebrios, pero que importaba yo también lo estaba. Más de alguna vez me encontré con Gustavo y su pareja en los bares céntricos, allí comenzábamos a hablar d algunos poetas muertos, claro, la pareja de Gustavo se ponía algo nervioso, parecía que recién estaba ingresando al mundo homosexual o que yo era una potencial pareja de Gustavo, no lo sé, pero esa misma noche veo a Catalina en un plaza, cercana a Brasil, la veo allí callada y con la mirada perdida en algunos perros que están jugando, su mirada perdida, la mirada que busca la belleza en las cosas más simples, pero ella estaba feliz a momentos viendo como esos perros se muerden como se miran como corren, no quise molestarla con mis palabras de ebrio y de entrometido, y seguí mi camino, pero a las pocas cuadras pude sentir pasos que me seguían de cerca era una sombra que se ocultaba tras los árboles tras los pilares y las entradas de las casas, el miedo que me rodeaba caminar por esas calles ahora era más intenso se volvía una potente máquina que hacía bombear mis sienes de manera que mis pensamientos se volvían caóticos. Al llegar al departamento me creí a salvo, pero la curiosidad del perseguido es mirar por la ventana, y al ver por la ventana la sombra seguía allí mirándome, nuestras miradas se cruzaron y un grupo de perros llegó al edificio, un grupo que salió de las sombras de los árboles. Esa noche no pude dormir por el terror que la sombra siguiese allí.

III

LA MAÑANA que llegué a la casa e Gustavo a contarle lo sucedido hace un par de noches atrás, se rió de mí ignorancia, como puedes reírte de eso, le dije, pero hombre como te va a estar siguiendo una sombra con perros, es absurdo y si fuese verdad, lo único que te perseguiría es tu conciencia de haber bebido toda la noche y de molestar a Francisco, Gustavo de verdad estaba allí lo vi, me seguía, sentía como los perros ladraban, pero como es posible eso hombre nadie sigue a las personas a menos que sea para asaltarlos o algo por el estilo, de verdad esa noche estabas demasiado ebrio, no recuerdas todas las estupideces que le dijiste al pobre de Francisco, desde esa noche que ya no quiere hablar conmigo, esa no te la perdono, sentía que mis palabras eran como hojas que se las llevaba el viento, yo sabía que los perros y las sombras estaban allí, pero Gustavo no creía nada, como comprobar que todo aquello era real.

El jueves caminando por Bellavista, sentí la sombra que estaba allá, en el Bar King, mirándome, podía recordar que esa era la misma mirada intensa que se cruzó aquella noche, estaba cerca podía sentir el sabor oscuro en mi garganta, quemándome, excitándome, vi como se acercaba a mí, no pude moverme, su mirada había paralizado todo mi cuerpo. Poco a poco la sombra fue aclarando su piel hasta convertirse o transformarse en Catalina, que dijo, hola ¿cómo estás?, mi mente que seguía mezclando la imagen obscena que tenía la sombra se embellecía con la luz de la luna o de los faroles de la noche, convirtiendo lo grotesco en lo bello, mi mente no podía dar con esa idea de transformación. Respondí titubeando un “bien ¿y tú?”, se rió, oye nos hemos visto antes no soy un fantasma que te encuentras en una esquina, dijo cariñosamente, ¿por qué no vienes a sentarte con nosotros?, está Gustavo y Matías, gracias, respondí, al llegar a la mesa, Gustavo me preguntó, ¿cómo están las sombras?, me sonrojé, pensé que no diría jamás eso, pensé que nunca se burlara de mis problemas, aún piensas que te están siguiendo, dijo mientras se reía con Matías. Tienes razón esa noche estaba muy ebrio, debe ser alguna alucinación que te dio después de fumar, me senté al lado de Catalina, que estaba bebiendo una cerveza, y fumando, podía oir que su respiración se hacía cada vez más fuerte, cada vez más notoria como si estuviéramos los dos en la misma cama, disfrutando del mismo sexo, bueno muchachos, nosotros nos vamos, tenemos que ir, dijo Gustavo, que se paró súbitamente y se fue seguido de Matías, no tenía idea que Gustavo era homosexual, me reí, desde que lo conozco es así, pero es buena persona, la noche se extendió como una mancha, mientras conversábamos de la vida y otros temas, escuché ladrar a un perro, me asuste, ¿qué te pasa?, pregunto Catalina, no, nada, sabes me siento algo incomodo aquí, podemos a ir mi departamento a beber algo, no está muy lejos de aquí, no hay problema, vamos respondió.

IV

Esa noche fue la vez en que ella me guió a la casa de los perros nocturnos, cruzamos por algunos pasajes oscuros, pude sentir que sombras se nos acercaban hasta que llegamos a una vieja casa, allí, al entrar, todos mis miedos se hicieron reales, las extrañas sombras que me seguían estaban allí mirándome, y veo y puedo sentir como se enredan en mis pies como me cubren con su manto oscuro, con su obscenidad, con su falta de vida y mi cuerpo se paraliza, se queda quieto porque al ver esas sombras que disfrutaban con mi esfuerzo por quitarme de encima a todas esas sombras que van desgarrando la ropa, pero tú, me mirabas y disfrutabas al igual que los hombres y mujeres que estaban en el segundo piso viendo como me trataba de proteger mi sexo, quise correr, era tarde, ya mi cuerpo estaba totalmente cubierto de sombras y el aullido de los perros que se paseaban por la casa hasta que se convierten en hombres y mujeres, que se ríen y que aúllan, y no me dices nada, sólo me miras disfrutas con mi dolor, sabías que esto ocurriría y tu mirada se vuelve más oscura y más escalofriante y sus pensamientos y el de los que me miran se introducen en mí, y siento que una nueva vida se apoderó de todo mi ser, y me levanto como si todo ya hubiera pasado y tomas mi mano y me conduces hasta una habitación en el segundo piso y todo es luz y sombras no hay nada, no hay muebles es un vacío en una habitación donde la ventana no permite el ingreso de la luz lunar, te desnudas y tomas mi sexo y juegas con el, como si fuera tan natural aquella actividad y te vuelves a mirar mi cara que ya no es mi cara sino la de otro, un ser que está en el éxtasis y tus manos persiguen mis muslos, tu mirada turbia choca en mis ojos y te lanzas hacia mi cara, puedo sentir que tus pechos tocan mi sexo y que lentamente me acaricias y me lames, y juegas y persigues algo que no existe, mi cuerpo desnudo se vuelve hacia ti, te empujo, uso mi furia para tomarte por los brazos y poseerte acaricio tus pechos pequeños y te penetro con rabia como si tu fueras la culpable de que mi cuerpo se volviera una sombra, pero eras la culpable, eres tú quien me trajo aquí, no quiero mirar hacia arriba porque sé que ellos nos están mirando están disfrutando de nuestro placer, y sé que si lo miro ellos volverán a poseerme y me harán uno de ellos para siempre, pero sentir tu piel, ése olor que se impregna en la habitación que se confunde con el ladrido de un perro en la calle. Con el eco que se podía percibir, me despertó, la luz del día no entraba pero era día o noche, no importaba, en la casa de los perros nocturnos es siempre oscuridad y cuando ya no hay sombras que miren veo que mi ropa está allá y que Catalina está mirándome disfrutando de mi inocencia pervertida. Una risa macabra se escucha a los lejos, el rostro de Catalina se oscurece y las tinieblas envuelven mis ojos.


V


Cuando desperté ya no había nadie en la casa cogí mi ropa y salí a un pasillo oscuro donde una luz, allá en el fondo me llamaba y las sombras que caminaban por las paredes, observando cada paso que daba, sí, el pasillo era largo, infinito, a veces el sonido de las patas de un perro que me seguía lentamente, entré por una puerta que me llevo a una escalera subterránea que me condujo a otros pasillos llenos de bifurcaciones y vi cadáveres de hombres y perros que desgarraban su piel, mordiendo con aquellos dientes afilados como dagas árabes, sus miradas se cruzaron con las mías y con el miedo que sentía con aquellos, corrí, corrí y corrí por pasadizos cada vez más estrechos más pequeños hasta, mientras sentía las pisadas de aquellos perros sedientos de mi sangre, de mi carne y salí por una puerta, y allí estaba Catalina, sentada en la una cómoda cama mientras fumaba un cigarrillo, te estuve esperando, dijo, ¿qué?, pregunté, te he estado esperando, hace como media hora que entraste al baño, no respondías, me asusté un poco, ¿por qué estás tan pálido?, pregunto, no, no pasa nada, la noche seguía ahí, la luna estaba alumbrando el rostro de Catalina, que adorable piel, no podía aguantar las ganas que tenía de estar con ella, revolviéndome en las mismas sábanas, ¿quieres una copa de vino? Por supuesto respondió, fui a la despensa y saqué las copas y el vino, mientras caminaba a la cama, pensaba que había pasado con las sombras, habría sido imaginación mía, había sido una invención, el alcohol me estaba dañando las neuronas, no podía responder a lo que había pasado, ¡que buen vino!, que bueno que te haya gustado, mientras te acercas a ella, los perros nocturnos aúllan y gimen igual como las haces gemir mientras la penetras, no dejas de pensar como te guié a la casa de los perros, no dejas de pensar como desgarraban la piel de esos cuerpos inertes, sucios, y cuando juegas con mis pechos, más cercano estás de introducirte en la vida, convertirte en una sombra, ser como yo, ser como ellos que disfrutan viendo como los perros se mezclan, se montan, se muerden, y tu me muerdes como ellos, poco a poco estás cercano, te acercas y te corres en mí, lo disfruto, disfruto tu semen en mi cuerpo y en mis pechos, caes, como caíste en la casa de los perros, ahora eres uno más, sí, me he apoderado de ti y de tu virilidad y necesitaras ver como aquellos, otros como tú, entren a la casa de los perros y sean violados.

VI


Ahora veo como ella juega con el pene de otro, lo disfruta, yo me escondo al igual que otros obscenos que están acá, a mi lado, disfrutando de como se lo chupas, de como lo violas, mientras él piensa que es quien lleva el juego, no eres tú, lo sabes, hiciste lo mismo que yo.

El fuego que se mezcla con los sonidos

El movimiento de las piernas que son patas

De aquellos perros, que son tan obscenos

Que disfrutan de las miradas de otros

Que están posesos

Y son sombras que se mezclan

Entre ladridos y aullidos desconsolados

Y caerán como otros, como yo

Y volverán en tu búsqueda

La búsqueda de su ser

OH sí, yo también busco

Aquellos ojos oscuros que son llamas

A la luz de la luna, que invocan a los placeres ocultos.

Eres diosa de todos nosotros, nuevas sombras

Y siento como tu piel se mezcla con la mía

Y puedo sentir el gemido de placer en mi oído

Y veo aquellas sombras que están ahí, nos miran

Y nosotros disfrutamos de su mirada

Robaste todo mi placer, para darles a ellos

A aquellos seres oscuros, a aquellos perros

Que se revuelcan en ésta casa arruinada

Y nos sabes que yo también miro

Que disfruto, con cada gesto que haces

Cuando gimes, cuando gritas del placer

Cuando se corren en tu cabello, en tu cara.

Sí disfruto cuando no me ves, cuando no me sientes

Cuando sepas que soy una sombra más

Un ente de ésta casa, seremos los únicos

Que disfrutaran de las miradas

Del sexo que tenemos,

Seremos los únicos perros que se revolcaran.



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lunes, noviembre 05, 2007

Concierto en piano

De qué me ha servido ser un concertista

Y tocar las estrellas con rojizas armonías

Que tratan de alabar a los dioses

Cuales quieran que sean

Pero sé que más allá, lejos

Hay alguien que trata de escuchar una canción

Un piano solitario que está en una casa abandonada.

Y con el rencor que siento mis manos tiritan

Mientras los acordes flotan en una mar de pensamientos

Aquellos pensamientos que afloran cuando el desterrado

Camina por las calles que desconoce y recuerda

Su patria, su hogar.

Al final cuando el último sonido pase

Llegará el silencio, dejaré de pensar,

Y mis manos cerraran ese piano

Saldré por la misma puerta

Que me abrió los secretos más ocultos de vivir.

Volveré a caminar por la calles,

Pensando en aquellos que me escucharon

Como si fuera un sacerdote hablando de un cristo redentor,

Las calles serán eternas, mientras los rostros que veo, me miran

Sabré en ése momento que ya debo partir,

El exilio ha terminado, porque nunca me alejé

Siempre estuve ahí, en aquel bar, en aquella esquina

Con el mismo piano de una casa abandonada.

sábado, noviembre 03, 2007

El Adiós

Diego era de la generación del cincuenta, tenía 22 años y era un joven idealista cuando ocurrió el golpe militar, y tuvo que vivir como todos los de aquella época con la resignación y la pérdida de un sueño.

A la semana del golpe vio como su familia se desarmó, los cuales eran militantes del partido comunista y de la unidad popular. Los vio alejarse y tomar distintos rumbos como él. Su madre Marcela, una noche tomó las maletas con la ropa necesaria, y se marcharon a la embajada de Francia, allá tenía dos amigas que la iban a recibir con Diego y su hijo menor Carlos. Eran alrededor de las 3 de la madrugada cuando comenzaron la travesía y mientras corrían por las oscuras calles, Diego vio como su madre se quedaba atrás junto a su hermano mejor, y como eran detenidas por un grupo de militares que hacían ronda por las embajadas con el fin de que nadie se pudiera escapar. Diego fue el único que pudo cruzar la muralla que lo separaba la libertad de la represión, y que lo separaba de su familia.

A finales de septiembre Diego ya estaba en Francia, había sido recibido por las amigas de Marcela, sin embargo, ellas no sabían nada de Marcela, ninguna llamada telefónica ni una carta. Por las noches miraba a través de la ventana mirando la ciudad de las luces, mientras recordaba la mirada triste de su madre y el llanto eterno de Carlos que no comprendía nada.

Como mucho de los exiliados en París no fue bien recibido por el circulo parisino y menos por el grupo de exiliados, y autoexiliados que creyeron ver en el gobierno de Allende el camino de la salvación y del dominio, para así llegar al poder. Pero ¿Qué hace un joven de 20 años solo en una ciudad y tan lejos de los suyos?

Al año cuando ya los recuerdos no se colaban entre los sueños y cuando ya manejaba sin mayores complicaciones el francés y algo de inglés que a veces le era necesario. Pues el grupo de chilenos exiliado lo había dejado atrás, ellos eran viejos y no eran jóvenes para emprender una lucha en cada esquina para recuperar la madre patria que le pertenece al pueblo y no a un grupo de milicos, ésta era la razón por la cual Diego no rondaba por el grupo de compañeros chilenos.

Algunas veces solía escribir en las noches cartas a Chile, sin embargo, nunca tuvo una respuesta. Nunca llegaron a su destino.

Mientras vivió en el departamento de Cristina, Diego enflaqueció más de lo que estaba, pasaba el día mirando por la ventana y fumando, era todo lo que hacía, razón por la cual Cristina le ofreció un trabajo de camarero en un café de la rue des Lombards, y con la renta que recibía pudo arrendar un pequeño departamento en los suburbios de París, en la rue de Siene.

Al salir por las noches del café, recordaba viejas canciones que cantaba y algunas conversaciones con amigos hasta el alba, mientras sacaba un cigarrillo y llegaba hasta el barranco del Pare Montsouris, allí se sentaba y lloraba y pensaba en tirarse y que su cuerpo se desarmará, y que lo encontraran muerto al otro día, pero luego pensaba en que siempre había una esperanza. Y se imaginaba a él detenido mientras su madre y hermano saltaban la muralla, y con el pasar de las horas su nostalgia disminuía hasta que el sueño se apoderaba de él.

Los domingos cuando tenía libre, iba a comer con Cristina, la cual se aseguraba cada noche de llamarlo para preguntarle si estaba bien. Siempre era la misma respuesta, estoy bien, no te preocupes tanto por mí. En el departamento de ella, era el único lugar donde se sentía cómodo, y a la vez se le preguntaba, ¿por qué no hacía amigos? O le aconsejaba que se buscara una novia o por último una puta, a lo que Diego le respondía, ¿de qué me sirve todo eso? no tengo nada, soy un extranjero en éste lugar, estoy sólo de paso en París, pienso volver a Chile cuando todo mejore.

A mediados del 75’ se dio cuenta de que las cosas en Chile no cambiarían y se resigno a vivir de sus recuerdos. Los sábados por la noche iba a un bar donde se juntaba exiliados a embriagarse y maldecir la dictadura. Una de octubre, con el alcohol en la sangre, Diego se puso furioso, y buscó algún pleito alguna palabra que lo sacara de sus cabales y comenzar a golpear para sentirse liberado, y poder así concentrar todo el odio que sentía, que había acumulado y ver en sus compañeros al milico que había detenido a su madre y hermano, cuando escuchó a un hombre que llevaba una chaqueta café, que la situación estaba mejor que en el gobierno de Allende, Diego se paró de su silla y fue hasta donde el hombre y lo cogío por el cuello con el puño levantado para golpearlo por decir semejante estupidez, ahí cuando se paró un tipo alto, que los separó y se lo llevó hasta fuera del bar y tranquilizo a Diego. A la mañana siguiente se dio cuenta que allí encontró a un amigo o algo parecido a un amigo, Max. El también había escapado a los días del golpe militar. Decía que había tenido mucha suerte porque al día siguiente de su huída fueron a allanar su casa. Max al igual que Diego vivía hablando de los recuerdos de los buenos tiempos en Chile, solía imaginarse caminar por San Antonio o Valparaíso, cuando por fin en Chile se convirtiera en el lugar donde se pudiera respirar nuevamente libertad.

El siguiente sábado Diego buscó en el bar a Max, y cuando lo encontró tuvieron una charla larga y extendida que duró hasta el amanecer en el departamento de Max, en la rue Vaneau. Diego habló de cómo había escapado de Chile y que había dejado a su familia a metros de la embajada, y como desde aquel día no sabía nada de ellos, como de tantos compañeros que había perdido en Chile, y que tal vez ya eran polvo de la tierra, Max, que lo escuchaba le dijo, tengo un amigo que tal vez te pueda ayudar a encontrarlos, mientras encendía el último cigarrillo que tenía.

En enero del 76’ Max, llegó al departamento de Diego con un dossier que había le había llegado por la mañana. Max le explicó que tenía un amigo del colegio que era militar y que con él había conseguido algo de información. Cuando lo abrió el dossier, sus ojos se inundaron de lágrimas, los tres años que había vivido en París, habían secado su cara, eliminando todo muestra de expresividad, fue la primera vez que vio alegrarse a Diego.

En febrero del 76’ compró un boleto de avión para México. Al llegar al DF, tomó un taxi que lo llevó hasta la calle Republica de Venezuela cerca del palacio de la Inquisición. Al tocar en una puerta abrió un niño, y Diego preguntó, está la Señora Marcela, el niño cerró la puerta y gritó mamá te buscan. Y en sus ojos se abrió la profunda herida de los años y lloró desconsoladamente hasta que apareció, una mujer con la cara destrozada por los años y el dolor. Ninguno se reconoció hasta que por fin estrecharon sus cuerpos y un mar de lágrimas brotó.

jueves, agosto 16, 2007

La incertidumbre de Davis-Morrison

La Incertidumbre de Davis-Morrison

Dedicado a Sebastián Pérez.


I

Aquella noche estábamos en el litoral Central, un inverno crudo pasábamos. Llegué por la noche, allá estaba esperando Davis. Sentado estaba, mientras fumaba un cigarrillo barato o caro, eso daba igual para Davis, hace mucho tiempo que lo conocía, habíamos compartido la misma sala en el liceo, la misma adolescencia, y una que otra borrachera nocturna. Caminé hacia donde estaba Davis, ¿Cómo estás?, preguntó, bien gracias ¿y tú? Le respondí, mientras cargaba las maletas por la larga pendiente. Durante la caminata conversamos sobre los músicos y sobre la cruda situación familiar, y la pobreza que estábamos viviendo.

Al llega a la Casona, una casona envidiable por muchos de los vecinos, donde podías ver todo el Tabo desde la altura, ver el ancho y vasto horizonte, todo desde allí aún las playas cercanas. Al entrar a casona le dije que traía unos discos de Quilapayún y de Víctor Jara para que escuchemos, él me sonrió, mostrándome sus blancos dientes que se contrastaban con el color moreno de su piel.

La semana que vivimos allá fue memorable, pero al llegar a Santiago, me encontré con una ciudad gris, oscura, pobre, llena de gritos, de niños que no jugaban en las calles, las risas estaban calladas, recuerdo que llegué a casa y no había nada que comer. Volví después de unas horas con un poco de arroz, para cocinar, y prepararle algo a mi madre, esa noche, fue fría, me dormí escuchando a Silvio Rodríguez mientras escribía algunas páginas.

II

Recuerdo que nos juntamos con Davis, a tomar una cerveza por la tarde en Brasil, pero todo estaba cerrado, ya no había nada, era un desierto, un lugar olvidado, hasta por lo borrachos. Cada día está más difícil vivir en Santiago, comentó Davis, es cierto, respondí, sentía miedo, ése miedo que sienten los niños a la oscuridad, un miedo que entra por los poros como si fuesen peces que entran al mar o el miedo del pescador que sabe que no volverá ver a su familia cuando entra con su bote a pescar. Caminamos hasta la casa de Davis, tomamos un café mientras disfrutábamos de las canciones de Inti-Illimani y Silvio, Davis comenzó a hablar de Tamara, su novia, una joven hermosa que había conocido, la extrañaba hace días que no sea veían, y ella no lo llamaba, se sentía solo, y no podía compensar esa soledad con mi amistad, por que él necesitaba amor, era eso lo que tenían entre ellos, un juego llamado amor. Sus ojos se volvieron llorosos y rojos, ¡como amo a esa mujer!, siento que el tiempo nos ha alejado tanto, que no aguanto más, a veces siento que ella no me quiere tanto como yo, no sé si su familia quiere que ella esté conmigo, me odian, dijo Davis mientras encendía un cigarrillo y una lágrima gruesa bajaba por su mejilla al igual que baja una gota por una ventana cuando llueve. Le temblaban las manos, le temblaban porque no sabía nada de Tamara, le temblaban por que sentía miedo de que no lo amara. Morrison, puedes cambiar el disco, me pone triste esa canción. Aquella noche mientras caminaba a mi casa, pensaba en el dolor de Davis, conocía ése dolor, lo había vivido, pero también lo había olvidado con el tiempo.

Conversamos de lo increíble que había estado la presentación de Víctor Jara y mientras caminábamos nos detuvimos en una plaza, a descansar.

-No sé que hacer, de verdad a veces pienso que esto no da para más- dijo Davis – pero luego la veo y pierdo toda esa desesperanza, y vuelvo a enamorarme como si fuese la primera vez-

Me daba pena ver a mi viejo amigo, así en ése estado, tan incierto, donde él, que siempre fue un hombre si miedos, un valiente, una persona que soportaba todo, pero no, allí estaba, sufriendo.

-Pienso esto, la vida te dio la oportunidad de conocer a Tamara, hombre piensa, ¿todo fue coincidencia?- Le dije mientras botaba el humo del cigarrillo

- No, no, todo fue distinto, algo debe estar escrito, tal vez todo fue destino, pero siempre siento que está conmigo, la traigo en mis pensamientos, en algunas canciones-comentó cabizbajo Davis

-El amor es lo más complejo que existe Davis, allí se mezcla, o se funden las emociones, la complejidad de los amantes y la confianza de la amistad, todo eso está en una sola cosa- Comentó Morrison

-Sabes, Morrison me di cuenta de algo, que no puede haber pasión sin amor, o sea pueden estar las dos por separadas, pero de alguna u otra manera están ligadas- concluyó Davis, como si fueran las palabras de un amante que ha vivido toda su vida buscando el verdadero sentido del amor, un amor que no existe, un amor que trata de fundir en tristes noches estrellas la fuerza abrasadora de la pasión con la explosión boreal del amor, y en mezclarse en las sábanas para poder hacer pintar una obra de arte, pues la música, para Davis, era eso, era amor y pasión, y tenían que entremezclarse, y su deseo era extrapolarlo a todo lo que vivía. Mientras el daba las ultimas fumadas a su cigarrillo Davis se levantó de la mesa y se despidió de mí, triste. Yo quedé sentado pensado en sus palabras.

III

Un martes de Septiembre Davis tocó a mi puerta, cuando abrí, una lágrima de felicidad cayó sobre su mejilla, y se lanzó a abrazarme, está embarazada, Tamara está embarazada, voy a ser papá, creo que yo también dejé caer lágrimas en su hombro. Esa tarde mientras bebíamos vino y nos fumábamos los cigarrillos de contrabando. Conversamos del futuro que lo esperaba como músico si todo salía bien, del nombre del hijo en camino, de la filosofía, de las políticas de Allende, del estado, de la economía, pero sobre todo del futuro, porque eso era lo importante ahora. Porque el futuro era lo incierto, era la mascara del bufón que se llamaba presente, y el pasado es la fantástica sombra que proyecta su cuerpo herido de burlas, pero el futuro no es más que ese tronco inalcanzable del largo camino que recorremos, ése tronco que es sólo una imaginación, una ilusión a la cual tratamos de llegar como si fuéramos valientes piratas que buscan en mitológicos mapas un tesoro azteca, un tesoro escondido en las profundidades de una isla que no existe, y para alcanzar aquel futuro hay que lanzarse como un ciego a la calle, y cruzar las calle, como se lanza un buceador a los misterios de las profundidades del mar, pero sabiendo que jamás llegará al fondo, donde yacen los piedras.

El 11 desperté temprano, puse la radio y no escuché nada, sólo interferencia. A lo lejos logré escuchar una estallido, corrí a la ventana, y a través de los vidrios una ola de humo se desprendía del palacio de gobierno, en ése momento supe que estaba todo perdido, llamé a Davis pero no contestó, lo llamé para que se fuera conmigo, para que huyera del país, pero jamás contestó. Tomé lo necesario para viajar, un par de camisas y pantalones y el único para de zapatos. Como muchos salté a una embajada y vi todos los rostros destrozados y llorosos, los ojos perdidos, las cabezas entre las piernas. Al día siguiente llamé desde la embajada a Tamara, pues el teléfono de Davis seguía sonando sin ser respondido. Hola Tamara, ¿Quién es?, Soy Morrison, hola soy la mamá de Tamara, señora Sánchez sabe algo de Davis, no sé nada de él, y no quiero saberlo, y colgó, sólo atiné a decir vieja facha.

Al día siguiente Morrison ya no estaba en Chile, un avión pasaba el Atlántico, se fue a Europa, donde los aires estaban más limpios. Durante el largo viaje, pensaba en Davis, y recordaba los tiempos de la infancia, los juegos, las muchachas, a Tamara, las canciones, los libros, conversaciones y mientras miraba las cara de los pasajeros, deseó que Davis fuera quien estuviera a su lado con Tamara y pero en su mente sólo pensaba en el pasado y en lo improbable que se había vuelto el futuro.

IV

He vuelto a pisar en mi tierra, he vuelto a llorar por las noches como lo hice en Barcelona mientras el brazo de mi madre, que se había ido años antes de España a vivir con mi tío, debido a su delicado estado de salud y allá tendría mejores oportunidades de salud. Ellos supieron del golpe militar por la señal internacional, ella me daba fuerzas y aliento para olvidar lo que había pasado y lo que había olvidado. Paseo y recuerdo las calles grises de Santiago, pero ahora están llenas de publicidad y carteles, como ha cambiado el césped de las plazas, he tratado de ser el mismo, pero todos los años que viví en Europa me cambiaron, pareciera que algo había muerto. Chile se había convertido en una estación de tren que olvidó los años de dolor. Caminé por el Parque Forestal hasta llegar al Parque Bustamante, llegué a un café que se llamaba Tete, me acodé en una mesa, mientras una joven se me acercó y me ofreció una café, cuando se fue encendí una cigarrillo. La muchacha llegó con el café y me preguntó si era extranjero, me reí, y le dije que había vivido muchos años en España, pero nací en Chile como tú, concluí. ¿Desea algo más?, preguntó la niña, no muchas gracias. Salí del café y seguí caminando por Bustamante, caminé pensando en los años nuevos, en lo que era la juventud, y esa fuerza abrasadora que me había dejado cuando salí del país, y recordé cuando Davis me dijo, que el amor y la pasión no podían ir separadas. Me senté en una banca a observar a los jóvenes que caminaban por allí, y pensé en las conversaciones, en los cigarrillos baratos, en los libros y en los discos que escuchaba cuando me juntaba con Davis y Tamara. Y ahora que quisiera recordar ese Santiago de los 70’, recordar a los compañeros que conocí, y a todos aquellos que murieron defendiendo un ideal, pero yo había estado lejos, y escuchar las canciones y la guitarra de Davis pero, le escribí tantas veces de Barcelona, pero jamás recibí una respuesta. ¿Dónde estaba él?, han pasado más de veinte años desde que no había estado en Chile, y tal como el Santiago de los 70’ de mi juventud, se había borrado de mi memoria lentamente. Davis se estaba convirtiendo en una sombra del pasado, que cada cierto tiempo salía para convertirse en una persona y en nostalgia, como tal como Davis era una imagen del pasado, mi juventud también lo era, todo lo que fui, quedó atrapado en las oscuras calles de Santiago, pero no de éste Santiago renovado, sino del otro donde nací y crecí y viví mi juventud. Pero fui cobarde, escapé, y Davis al parecer prefirió unirse a esa resistencia invisible, inexistente e imaginé en el cuerpo tirado y muerto de Davis, muerto en la escaramuza de la esquina de su casa.

V

Mientras paseaba por el departamento de Francisca, comenzó a recordar como era que había llegado a estar en su departamento, Recuerdo que nos encontramos en una librería donde trabaja en aquel entonces y en la misma época donde comencé a dedicarme de pleno a la escritura, y llegó a mí preguntando por un libro de Historia de Chile, me reí, y le dije que no vendíamos esa clase de libros, le dije que tenía que ir a una librería especializada en Historia, después le pregunté si era chilena, me respondió que sí y sonrió. La verdad es que aquí no tenemos de esos libros, pero yo te puedo conseguir uno, le dije, muchas gracias me respondió y se fue lentamente mientras observaba algunos libros en su pasar.

Así cada semana venía en busca de cualquier libro, con el fin de conversar algo, me gusta conversar con mis paisanos, me decía Francisca. Luego de unas semanas de encuentros casi fortuitos en la librería me comentó que aún no se adaptaba a la vida española, había tenido un par de novios, pero no se lograba adecuar a la vida, tenía muy enraizada su forma de vida chilena. Así los dos exiliados comenzamos a salir para contarse historias de la juventud, ella se convirtió en una amiga, la única persona que lo comprendió en el exilio, y tal vez entendió la soledad de Morrison, o tal vez porque en cierta medida eran parecidos y a la misma vez eran tan lejanos y tan distintos. Con el tiempo se transformaron en amantes, amantes que buscaban sexo algunas noches tras la cena y terminada la botella de vino. Cuando Morrison le comentó a Francisca que iría Chile, ella entristeció, y le ofreció las llaves de su departamento en Santiago, un departamento que era cuidado por un amigo de ella.

VI

Salió decidido a buscar a la familia de Tamara, renació en él la esperanza de que aún vivieran allí, aún creyendo que se encontraría con la joven de veinte años que había conocido en los 70’ y ver a Davis y con el hijo o hija jugando en alguna plaza. Llegó hasta la vieja casa de Tamara. Todo éste tiempo que he estado fuera, lejos de mis compañeros, de mis amigos. Tocó la puerta con terror con sabor a esperanza. Abrió un hombre, casi un anciano, pregunté por la familia Sánchez, y me respondió, que hacía muchos años que él había comprado esa casa, serán unos quince años que vivo aquí, comentó el viejo, y de la familia que la vendió no sé nada de ellos, parece que se fueron al sur, pero sería una suposición, gracias, le respondí. Y me fui.

Visité todos los lugares que alguna vez nos fueron comunes, las plazas, los bares, las tiendas musicales, las librerías que ahora no existían. Eran sólo las sombras de un pasado olvidado, que no volvería, que se había ido, que había sido enterrado y que jamás se podría alcanzar, porque así era el pasado, era una masa gelatinosa, tan frágil que una palabra podía describir el mismo pasado, pero dividido en una amplia gama de versiones que cada una era diferente a la otra. Recuerdo cuando prometimos que estaríamos alguna vez en París, yo lo estuve, pero tú no.

Caminé aquella tarde por una plaza casi deshabitado, a los lejos un joven con una guitarra, pero yo había perdido toda la esperanza, como si hubiera perdido todo, como si hubiera lanzado una piedra al fondo de un pozo oscuro, al cual llamamos olvido, el cual jamás volvería a tener agua, así cayó mi esperanza. Y ésa piedra lanzada sería la que se confundiría con otras tantas que estaban también allí de tantos años atrás. Sin embargo, escuché tu melodía, la última composición que habías hecho, aquel sonido triste como los días que pasan en el sur, con las llevas, y los niños que juegan a ser bravos guerreros entre el barro, los animales y el bosque, pero así era tu música, que pasaba mágicamente de la nostalgia a la felicidad y viceversa, un juego de arpegios y acordes y ahí estaba, tu juego tan real, tan tangible. Recordé que ése el tema que tu componías antes de separarnos, antes de todos estos años, y me acerqué al lugar de donde provenía aquella melodía, y apareció la esperanza de ver tus viejas y tristes manos. Esa era la canción que componías para tu hijo, y cuando vi las manos de aquel joven que interpretaba tu música como si fuera la suya, sentí vergüenza de mis manos, viejas y algo arrugadas, me senté en una banca cerca del joven, mientras recordaba a Davis, estuve recordando el día que tocó a mi puerta y me dijo que sería padre y que lloramos. Cuando terminó la canción me acerqué al grupo de jóvenes, y le hablé al guitarrista, vi en sus ojos un mundo de sueños, la misma mirada idealista de Davis, era como si pudieras ver en aquellos ojos, pasar imágenes, sueños realmente, sólo sueños. Hola, perdón que te moleste, pero te quería preguntar de donde sacaste esa canción, le dije, la saqué de un viejo cassette que tenía mi abuela en su casa y la transcribí. Tuve la impresión de que era el hijo de Davis, perdón me llamó Morrison, soy escritor, bueno no un gran escritor pero me da lo suficiente para vivir, yo soy Nicolás. Mientras conversamos de música, un tema que no conocía mucho, y menos sobre música contemporánea, era un tema del que Davis me conversaba, como éste muchacho, al cual yo escuchaba con gran atención. Le comenté que quería escribir sobre algún músico, es a eso a lo que me dedico le dije, y nos reímos.

Un grupo de jóvenes se le acercaron a Nicolás y comenzaron a conversar con él, me sentí desplazado y lejano, y algo de extranjero, supe que era el momento adecuado para irme, me pregunté ¿qué hace un viejo como yo en un grupo tan joven? Bueno Nicolás fue un placer haber conversado contigo, le dije, espera, toma, dijo Nicolás, y me pasó una especie de panfleto con una dirección, allí voy a tocar la próxima semana para que vengas y escuches buena música, gracias, pagué la cuenta y me fui caminando hasta el departamento de Francisca. Sí, al parecer Davis había cumplido su sueño, alguien tocaba sus canciones, no quedaron suspendidas en el aire como partículas de polvo, como asteroides en la infinidad del universo. Cumplimos nuestros sueños de jóvenes románticos, ser conocidos más allá de nuestros amigos.

VII

A la semana siguiente fui a la dirección que me había dado Nicolás, era un pequeño galpón adaptado para dar pequeños recitales, mesas y sillas una especie de barra y el escenario. Ahí estaba en él, sentado en el escenario con su guitarra y un grupo de músicos que lo acompañaba, de pronto soltó su voz, como un huracán que destruía todo a su alrededor, cuando lo escuché cantar, cerré los ojos, y soñé allí las manos de Davis con su guitarra, No había sido olvidado, era una de las canciones que solía cantar Davis, allí había un joven que lo interpretaba, casi con las mismas sensaciones y con tus mismas emociones, que se te notaban en el rostro con muecas. Perdí el control de mí, y una lágrima se deslizó por mi mejilla, el recuerdo, los años, la vida, me volví a preguntar ¿está todo perdido?, no fui capaz de responderme.

Cerca del escenario, en una mesa solitaria, había una mujer mayor, a ella también se le caían las lágrimas mientras escuchaba la canción. Al terminar la canción bajó del escenario y besó en la mejilla a la mujer, ella se levantó y lo abrazó tierna y cariñosamente. Después de aquella calida escena me dirigí a la dirección donde se encontraba Nicolás y la mujer. Se sorprendió al verme, yo le tendí la mano. Y lo felicité por su fantástica interpretación de “ojos oscuros”, me miró asombrado, ¿como supiste el nombre de la canción?, preguntó, me reí, pero no le contesté, alguien llamó a Nicolás del otro lado, perdón, me dijo voy a ir a saludar a unos amigos, adelante muchacho, y me senté al lado de la mujer. ¿Cuántos años han pasado Morrison?, preguntó la mujer, mientras encendía un cigarrillo, no lo sé, parece que muchos, porque ya hemos envejecido un poco, le contesté. Ha pasado bastante tiempo, que ya ni me reconozco cuando me miro al espejo, dijo, la miré y nos dimos un abrazo fuerte, ¿Cómo has estado mujer? Le pregunté, he estado bien, me respondió. Sentí que mi búsqueda estaba llegando a su final. Nos has cambiado en nada, tienes la misma cara desde a ultima vez que te vi, comentó, tengo más canas, le dije riéndome. ¿Cuándo volviste a Chile?, me preguntó mientras le daba un sorbo a su bebida, estoy de paso no más, llegué hace como un mes, pero me voy el próximo lunes. Un viaje breve, me dijo, y ¿qué ha sido de tu vida, estás casa, soltera? Le pregunté. Me estoy separando de mi marido, me respondió, y le dio otro sorbo a su bebida. Lo siento le dije, no te preocupe Morrison. Sabes porque no vamos a mi casa, para celebrar. Asentí, tomó su cartera y nos despedimos de Nicolás, y tomamos un taxi hasta la casa de Tamara. Al llegar a su casa abrió una botella de vino y nos dedicamos a conversar, beber y fumar, ella estaba más interesada en mí, preguntaba si había sido muy duro el exilio, dónde vivía, si me había casado ya, si tenía hijos, respondí a todas sus interrogantes, le conté los años que viví en Barcelona, los viajes de París, y sobre mi carrera de escritor en Europa. De pronto le pregunté si Nicolás era el hijo de Davis, me respondió que sí, ella me contó lo que había pasado con él, sobre su éxito musical durante algún tiempo, mientras miraba a través de la ventana. Me dijo donde lo podía encontrar, pero que ella llevaba mucho tiempo sin verlo.

VIII

El sábado antes de tomar el avión, fui a ver a Davis, allí estaba él, me senté, lo saludé, y comencé a llorar, lloré mucho. Conversé horas con él, y me dediqué a ver los árboles que nos rodeaban, me puse a recordar viejos tiempos, tantas historias, también vi a tu hijo, es un gran muchacho, compañero, lo vi tocando esas canciones que solías tocar cuando nos juntábamos en la playa, te acuerdas. Le dije que me iba el lunes. Me despedí. Y le dejé el ramo de flores y me fui.

Me gusta ver el amanecer en las alturas, donde yacen las nubes, después de ver a Davis, decidí jamás volver a Santiago, ya no tenía una razón para regresar.

Llegué al departamento de Francisca, toqué y cuando abrió, la abracé. Esa noche dormí en su casa, ella me preguntó como había estado el viaje, le dije que había sido bueno, que había encontrado lo que estaba buscando, ¿Qué buscabas? Me preguntó Francisca, la verdad, busqué la verdad, le dije.

A la semana de mi vuelta una carta llegó, era de Chile, la había enviado Nicolás, en su interior un disco, lo puse en el equipo musical, y lo escuché. Era el disco que había grabado Nicolás con su banda. Luego leí la carátula del disco, “El susurro del tiempo”, homenaje a S. Davis. Francisca me dijo, a quien escuchas, a Davis, le dije, a Davis, me agradó mucho, dijo Francisca. El era mi amigo, mi amigo que era músico, eso es lo que busqué en Chile. Francisca me miró, sonrió y me besó.

miércoles, julio 18, 2007

Un electroshock a lo que eramos hace casi un año...

Ha pasado casi un año en que trabajo en un proyecto, un proyecto para llamar la atención para crear un movimiento que fracasó tal vez de eso se traten de los movimientos y la literatura en general, del Fracaso. Siempre dije que lo terminaría para el Bolaño, pero no pude...

Historia de Diego...

13 de Febrero

Hoy por la mañana se fue Diego, nadie supo, nadie lo vio, sólo notamos su ausencia en el almuerzo. No nos escribió ni nada, así era Diego, una persona arbitraria, que se deja llevar por el viento que mueve las hojas.

20 de Febrero

Llamó Diego, saludó, y dijo que estaba bien y que no nos volveríamos a ver. Lloré, Andrea también.

Estos días he visto su habitación, dejó todo, sólo se llevó unos libros. A veces lloraba cuando veía algún retrato de él, aunque había pocos de él, nunca le gustaron las fotos, y la que salía toda la familia con él, fue la única que se llevó.

10 de Abril

Ha pasado más de una año desde que se fue Diego, a veces llama, pero nunca dice donde está, sólo pregunta…

En algún lugar, Diego recorre las calles ya olvidadas, su vida anterior y construyendo algo semejante a otra. Los de la calle le llaman el Huerfanito, pues nadie sabía quienes eran sus padres, había aparecido con una mochila, un abrigo y unos guantes rotos, eran tan mendigo como con los que comían, así se le podía describir.

Aquella noche en la que llegó se sentía vacío, había escapado a su pasado o por lo menos eso creía Diego, pero de alguna u otra manera él sabía que no se puede escapar al destino que nos consume lentamente como las llamas que envuelven a la leña. El frío traspasaba las ropas que traía Diego, sus manos rojas y las rodillas congeladas, no pudo caminar más de cuatro cuadras cuando vio un grupo de viejos que se refugiaban entre cartones y frazadas viejas y una fogata pequeña. Caminó hasta ellos y se sentó sin decir una palabra, sólo vio como lo miraban y como lo hacía entre ellos, diciéndose ha llegado otro más.

Pude ver la desesperanza en los ojos que se cubría con el humo de los diarios quemados y los cartones, las manos cubiertas de tierra y también allí estaba yo, noté que a uno le faltaba un ojo, cosa que me llamaba la atención pero trataba de no mirarlo, mi deseo no era llamar la atención sentarme allí pasar la noche y seguir, seguir nuevamente en éste viaje que no tiene fin, o tal vez alguna vez lo tuvo, pero ahora estoy solo conmigo y es lo que necesito, no necesito nada más, necesito alejarme de lo que me hace daño, para al fin encontrarme conmigo mismo, saber lo que quiero…Lentamente se fue durmiendo mientras el calor llegó a su cuerpo delgado

A la mañana siguiente alguien lo movió y le dijo, hijo nos tenemos que ir, Diego se estremeció al ver la cara del tuerto, y éste se rió mostrando sus roídos dientes amarillentos, vamos cabro chico que la gente ya está llegando, ¿cómo te llamaí?, eso no importa mucho aquí o si, le respondió Diego, en verdad no tiene ningún valor como te llamí, pero por último pa’ saber como te dicen, dijo mientras sacaba un cigarrillo y lo encendía el tuerto, me llamo Diego, y soy de Santiago, otro santiaguino más, dijo otro que se acercaba y que estaba atento a la conversación entre el tuerto y el joven. Se levantaron y recogieron los cartones y los enrollaron para luego irse a algún lugar.

Esa mañana el tuerto le invitó una café barato al joven, y el último el conversó algo de su vida, a lo que el tuerto sólo asentía, no opinó en toda la mañana.

- Bueno aquí los chiquillos me dicen el Tuerto- dijo – bueno ya te habrás dado cuenta porqué-

-Todos tenemos nuestras historias- Dijo Diego

-Si y cada una es distinta yo llegué acá porque vi como mi mujer se acostaba con mi hermano – comenzó a contarle el tuerto- no aguanté y los acuchillé allí mismo.

- La verdad es que ni me arrepiento de la huea, pasé unos años en la cana- dijo mientras Diego le ofrecía un cigarrillo

- Era un día viernes y yo venía de la pega- dijo y encendió el cigarrillo – yo tenía toda la tincaba que me estaban poniendo el gorro, pero no nunca con mi propio hermano-

- Oye huerfanito si es la pura verdad lo que te digo- le dijo a Diego que lo miraba con ojos extraños- si yo era muy hueón trabajaba hasta muy tarde-

- Cuando me recibí de sociólogo puta que era bueno, y tuve que tirar todo por una puta, ya después nadie más me dio trabajo- dijo mientras se tomaba la cara como si fuera a llorar y después de eso escupió.

- Mi vida después de eso fue una mierda, nadie me dio pega me echaron de donde vivía y terminé en la calle- fue lo último que dijo.

Terminaron el café y se fueron caminando lentamente, es cierto, Diego había dejado su vida atrás, había dejado de ser él, como cada uno con los que dormía en las noches, ahora se había convertido en el Huerfanito, pues se decía entre los mendigos que había llegado y que nadie sabía quien era su padre ni su madre, sólo llegó una noche fría de verano

Aquel tiempo para el Huerfanito fue duro, le duele ser real, decía el Tuerto al Quiltro (que era una mezcla de colores y razas que nadie entendía sólo el Quiltro). Si bien el Tuerto fue como un padre para el Huerfanito en la calle, poco a poco se fue desligando de él, aprendió lo necesario de él y algo más para resistir las lluvias y el hambre.

Cada mañana sale y nadie sabe pa’ onde va, dijo el Quiltro, debe ir a robar algún libro, vo sabí que tiene una manía por leer, le respondió el Tuerto, ese cabro va a lograr que nos echen de aquí si lo pillan, gritó el Quiltro. El Huesos que los miraba desde lejos, se acercó al Tuerto, le tocó el hombro y dijo, el Quiltro tiene razón y vo lo sabí, es muy irresponsable para que viva con nosotros. Se sorprendieron cuando escuchado decir, una vida silenciosa, sin molestias ni ataduras llevamos aquí, dijo el Huerfanito. El Quiltro que lo había visto llegar le dijo, vo creí que eso te da el derecho de darle motivos a los pacos pa` que nos echen a todos de acá, mira hueón, ésta es una advertencia no más la próxima no te va a salvar nadie

martes, julio 03, 2007

El silencio Macabro

El Silencio Macabro

A una Chica

El silencio es como una vida, llega para luego irse

Tan breve y tan lejano que no logras captar su esencia

Se envuelve como si fuera una diabólica maraña

Que atraviesa las rocas y los árboles.

Mientras los delgados labios tratan de decir algo

Él llega y arrebata cualquier indicio de sonido

Consumiendo todo a su alrededor en un fuego oscuro

Que alimenta nuestras olvidadas vidas pasadas.

Y el lenguaje se vuelve un campo extraño

Donde las palabras perdieron todo valor

Ahora los gestos, las muecas, las sonrisas

Los llantos y las carcajadas, todo se ha vuelto silencio

Pues es el reino del silencio donde habitamos

E inventamos el sonido para transmitir la esencia más pura

Que sólo habita en nuestras almas.

Si logras sentir el silencio amargo de las vidas pasadas

Es que aún

Se siente el olor amargo del vino

Mientras se consume la última vela que tenemos

El silencio es como una llamada de auxilio

Y las caras que apenas se ven, pero se escucha su respiración.

Una suerte de fuerzas antiguas nubla mi mente

Me lleva a viejos rincones que pisé en otros tiempos

Rincones que alguna vez pensé que no pisaría.

Mientras ráfagas de viento mueven los cabellos

Se mezclan los aromas, originado nuevas esencias

Que son recordadas por años, y pasan de vida en vida

Ahora que hemos vivido como si un dios

Nos hubiera condenado al más cruel castigo

Que hemos llamado soledad.

Me detengo a mirar la profundidad del cielo

Veo en el tu ojos oscuros,

Pero es sólo un engaño, una ilusión, como tantos otros que he vivido

En éste exilio que ha durado tantas vidas

Al fin he sentido un lugar donde pueda vivir,

Tal vez le pueda llamar hogar algún día,

Después de habitar múltiples bosques y playas

Donde he sido un extranjero más

Desde Aquí donde viví años, y vidas anteriores

La luna, intento verla más brillante

Le ruego que me acompañe en mi soledad

Y calme ésta amargura, que sube por mi pecho

Como si llegara la ahora de la más triste despedida.