jueves, agosto 16, 2007

La incertidumbre de Davis-Morrison

La Incertidumbre de Davis-Morrison

Dedicado a Sebastián Pérez.


I

Aquella noche estábamos en el litoral Central, un inverno crudo pasábamos. Llegué por la noche, allá estaba esperando Davis. Sentado estaba, mientras fumaba un cigarrillo barato o caro, eso daba igual para Davis, hace mucho tiempo que lo conocía, habíamos compartido la misma sala en el liceo, la misma adolescencia, y una que otra borrachera nocturna. Caminé hacia donde estaba Davis, ¿Cómo estás?, preguntó, bien gracias ¿y tú? Le respondí, mientras cargaba las maletas por la larga pendiente. Durante la caminata conversamos sobre los músicos y sobre la cruda situación familiar, y la pobreza que estábamos viviendo.

Al llega a la Casona, una casona envidiable por muchos de los vecinos, donde podías ver todo el Tabo desde la altura, ver el ancho y vasto horizonte, todo desde allí aún las playas cercanas. Al entrar a casona le dije que traía unos discos de Quilapayún y de Víctor Jara para que escuchemos, él me sonrió, mostrándome sus blancos dientes que se contrastaban con el color moreno de su piel.

La semana que vivimos allá fue memorable, pero al llegar a Santiago, me encontré con una ciudad gris, oscura, pobre, llena de gritos, de niños que no jugaban en las calles, las risas estaban calladas, recuerdo que llegué a casa y no había nada que comer. Volví después de unas horas con un poco de arroz, para cocinar, y prepararle algo a mi madre, esa noche, fue fría, me dormí escuchando a Silvio Rodríguez mientras escribía algunas páginas.

II

Recuerdo que nos juntamos con Davis, a tomar una cerveza por la tarde en Brasil, pero todo estaba cerrado, ya no había nada, era un desierto, un lugar olvidado, hasta por lo borrachos. Cada día está más difícil vivir en Santiago, comentó Davis, es cierto, respondí, sentía miedo, ése miedo que sienten los niños a la oscuridad, un miedo que entra por los poros como si fuesen peces que entran al mar o el miedo del pescador que sabe que no volverá ver a su familia cuando entra con su bote a pescar. Caminamos hasta la casa de Davis, tomamos un café mientras disfrutábamos de las canciones de Inti-Illimani y Silvio, Davis comenzó a hablar de Tamara, su novia, una joven hermosa que había conocido, la extrañaba hace días que no sea veían, y ella no lo llamaba, se sentía solo, y no podía compensar esa soledad con mi amistad, por que él necesitaba amor, era eso lo que tenían entre ellos, un juego llamado amor. Sus ojos se volvieron llorosos y rojos, ¡como amo a esa mujer!, siento que el tiempo nos ha alejado tanto, que no aguanto más, a veces siento que ella no me quiere tanto como yo, no sé si su familia quiere que ella esté conmigo, me odian, dijo Davis mientras encendía un cigarrillo y una lágrima gruesa bajaba por su mejilla al igual que baja una gota por una ventana cuando llueve. Le temblaban las manos, le temblaban porque no sabía nada de Tamara, le temblaban por que sentía miedo de que no lo amara. Morrison, puedes cambiar el disco, me pone triste esa canción. Aquella noche mientras caminaba a mi casa, pensaba en el dolor de Davis, conocía ése dolor, lo había vivido, pero también lo había olvidado con el tiempo.

Conversamos de lo increíble que había estado la presentación de Víctor Jara y mientras caminábamos nos detuvimos en una plaza, a descansar.

-No sé que hacer, de verdad a veces pienso que esto no da para más- dijo Davis – pero luego la veo y pierdo toda esa desesperanza, y vuelvo a enamorarme como si fuese la primera vez-

Me daba pena ver a mi viejo amigo, así en ése estado, tan incierto, donde él, que siempre fue un hombre si miedos, un valiente, una persona que soportaba todo, pero no, allí estaba, sufriendo.

-Pienso esto, la vida te dio la oportunidad de conocer a Tamara, hombre piensa, ¿todo fue coincidencia?- Le dije mientras botaba el humo del cigarrillo

- No, no, todo fue distinto, algo debe estar escrito, tal vez todo fue destino, pero siempre siento que está conmigo, la traigo en mis pensamientos, en algunas canciones-comentó cabizbajo Davis

-El amor es lo más complejo que existe Davis, allí se mezcla, o se funden las emociones, la complejidad de los amantes y la confianza de la amistad, todo eso está en una sola cosa- Comentó Morrison

-Sabes, Morrison me di cuenta de algo, que no puede haber pasión sin amor, o sea pueden estar las dos por separadas, pero de alguna u otra manera están ligadas- concluyó Davis, como si fueran las palabras de un amante que ha vivido toda su vida buscando el verdadero sentido del amor, un amor que no existe, un amor que trata de fundir en tristes noches estrellas la fuerza abrasadora de la pasión con la explosión boreal del amor, y en mezclarse en las sábanas para poder hacer pintar una obra de arte, pues la música, para Davis, era eso, era amor y pasión, y tenían que entremezclarse, y su deseo era extrapolarlo a todo lo que vivía. Mientras el daba las ultimas fumadas a su cigarrillo Davis se levantó de la mesa y se despidió de mí, triste. Yo quedé sentado pensado en sus palabras.

III

Un martes de Septiembre Davis tocó a mi puerta, cuando abrí, una lágrima de felicidad cayó sobre su mejilla, y se lanzó a abrazarme, está embarazada, Tamara está embarazada, voy a ser papá, creo que yo también dejé caer lágrimas en su hombro. Esa tarde mientras bebíamos vino y nos fumábamos los cigarrillos de contrabando. Conversamos del futuro que lo esperaba como músico si todo salía bien, del nombre del hijo en camino, de la filosofía, de las políticas de Allende, del estado, de la economía, pero sobre todo del futuro, porque eso era lo importante ahora. Porque el futuro era lo incierto, era la mascara del bufón que se llamaba presente, y el pasado es la fantástica sombra que proyecta su cuerpo herido de burlas, pero el futuro no es más que ese tronco inalcanzable del largo camino que recorremos, ése tronco que es sólo una imaginación, una ilusión a la cual tratamos de llegar como si fuéramos valientes piratas que buscan en mitológicos mapas un tesoro azteca, un tesoro escondido en las profundidades de una isla que no existe, y para alcanzar aquel futuro hay que lanzarse como un ciego a la calle, y cruzar las calle, como se lanza un buceador a los misterios de las profundidades del mar, pero sabiendo que jamás llegará al fondo, donde yacen los piedras.

El 11 desperté temprano, puse la radio y no escuché nada, sólo interferencia. A lo lejos logré escuchar una estallido, corrí a la ventana, y a través de los vidrios una ola de humo se desprendía del palacio de gobierno, en ése momento supe que estaba todo perdido, llamé a Davis pero no contestó, lo llamé para que se fuera conmigo, para que huyera del país, pero jamás contestó. Tomé lo necesario para viajar, un par de camisas y pantalones y el único para de zapatos. Como muchos salté a una embajada y vi todos los rostros destrozados y llorosos, los ojos perdidos, las cabezas entre las piernas. Al día siguiente llamé desde la embajada a Tamara, pues el teléfono de Davis seguía sonando sin ser respondido. Hola Tamara, ¿Quién es?, Soy Morrison, hola soy la mamá de Tamara, señora Sánchez sabe algo de Davis, no sé nada de él, y no quiero saberlo, y colgó, sólo atiné a decir vieja facha.

Al día siguiente Morrison ya no estaba en Chile, un avión pasaba el Atlántico, se fue a Europa, donde los aires estaban más limpios. Durante el largo viaje, pensaba en Davis, y recordaba los tiempos de la infancia, los juegos, las muchachas, a Tamara, las canciones, los libros, conversaciones y mientras miraba las cara de los pasajeros, deseó que Davis fuera quien estuviera a su lado con Tamara y pero en su mente sólo pensaba en el pasado y en lo improbable que se había vuelto el futuro.

IV

He vuelto a pisar en mi tierra, he vuelto a llorar por las noches como lo hice en Barcelona mientras el brazo de mi madre, que se había ido años antes de España a vivir con mi tío, debido a su delicado estado de salud y allá tendría mejores oportunidades de salud. Ellos supieron del golpe militar por la señal internacional, ella me daba fuerzas y aliento para olvidar lo que había pasado y lo que había olvidado. Paseo y recuerdo las calles grises de Santiago, pero ahora están llenas de publicidad y carteles, como ha cambiado el césped de las plazas, he tratado de ser el mismo, pero todos los años que viví en Europa me cambiaron, pareciera que algo había muerto. Chile se había convertido en una estación de tren que olvidó los años de dolor. Caminé por el Parque Forestal hasta llegar al Parque Bustamante, llegué a un café que se llamaba Tete, me acodé en una mesa, mientras una joven se me acercó y me ofreció una café, cuando se fue encendí una cigarrillo. La muchacha llegó con el café y me preguntó si era extranjero, me reí, y le dije que había vivido muchos años en España, pero nací en Chile como tú, concluí. ¿Desea algo más?, preguntó la niña, no muchas gracias. Salí del café y seguí caminando por Bustamante, caminé pensando en los años nuevos, en lo que era la juventud, y esa fuerza abrasadora que me había dejado cuando salí del país, y recordé cuando Davis me dijo, que el amor y la pasión no podían ir separadas. Me senté en una banca a observar a los jóvenes que caminaban por allí, y pensé en las conversaciones, en los cigarrillos baratos, en los libros y en los discos que escuchaba cuando me juntaba con Davis y Tamara. Y ahora que quisiera recordar ese Santiago de los 70’, recordar a los compañeros que conocí, y a todos aquellos que murieron defendiendo un ideal, pero yo había estado lejos, y escuchar las canciones y la guitarra de Davis pero, le escribí tantas veces de Barcelona, pero jamás recibí una respuesta. ¿Dónde estaba él?, han pasado más de veinte años desde que no había estado en Chile, y tal como el Santiago de los 70’ de mi juventud, se había borrado de mi memoria lentamente. Davis se estaba convirtiendo en una sombra del pasado, que cada cierto tiempo salía para convertirse en una persona y en nostalgia, como tal como Davis era una imagen del pasado, mi juventud también lo era, todo lo que fui, quedó atrapado en las oscuras calles de Santiago, pero no de éste Santiago renovado, sino del otro donde nací y crecí y viví mi juventud. Pero fui cobarde, escapé, y Davis al parecer prefirió unirse a esa resistencia invisible, inexistente e imaginé en el cuerpo tirado y muerto de Davis, muerto en la escaramuza de la esquina de su casa.

V

Mientras paseaba por el departamento de Francisca, comenzó a recordar como era que había llegado a estar en su departamento, Recuerdo que nos encontramos en una librería donde trabaja en aquel entonces y en la misma época donde comencé a dedicarme de pleno a la escritura, y llegó a mí preguntando por un libro de Historia de Chile, me reí, y le dije que no vendíamos esa clase de libros, le dije que tenía que ir a una librería especializada en Historia, después le pregunté si era chilena, me respondió que sí y sonrió. La verdad es que aquí no tenemos de esos libros, pero yo te puedo conseguir uno, le dije, muchas gracias me respondió y se fue lentamente mientras observaba algunos libros en su pasar.

Así cada semana venía en busca de cualquier libro, con el fin de conversar algo, me gusta conversar con mis paisanos, me decía Francisca. Luego de unas semanas de encuentros casi fortuitos en la librería me comentó que aún no se adaptaba a la vida española, había tenido un par de novios, pero no se lograba adecuar a la vida, tenía muy enraizada su forma de vida chilena. Así los dos exiliados comenzamos a salir para contarse historias de la juventud, ella se convirtió en una amiga, la única persona que lo comprendió en el exilio, y tal vez entendió la soledad de Morrison, o tal vez porque en cierta medida eran parecidos y a la misma vez eran tan lejanos y tan distintos. Con el tiempo se transformaron en amantes, amantes que buscaban sexo algunas noches tras la cena y terminada la botella de vino. Cuando Morrison le comentó a Francisca que iría Chile, ella entristeció, y le ofreció las llaves de su departamento en Santiago, un departamento que era cuidado por un amigo de ella.

VI

Salió decidido a buscar a la familia de Tamara, renació en él la esperanza de que aún vivieran allí, aún creyendo que se encontraría con la joven de veinte años que había conocido en los 70’ y ver a Davis y con el hijo o hija jugando en alguna plaza. Llegó hasta la vieja casa de Tamara. Todo éste tiempo que he estado fuera, lejos de mis compañeros, de mis amigos. Tocó la puerta con terror con sabor a esperanza. Abrió un hombre, casi un anciano, pregunté por la familia Sánchez, y me respondió, que hacía muchos años que él había comprado esa casa, serán unos quince años que vivo aquí, comentó el viejo, y de la familia que la vendió no sé nada de ellos, parece que se fueron al sur, pero sería una suposición, gracias, le respondí. Y me fui.

Visité todos los lugares que alguna vez nos fueron comunes, las plazas, los bares, las tiendas musicales, las librerías que ahora no existían. Eran sólo las sombras de un pasado olvidado, que no volvería, que se había ido, que había sido enterrado y que jamás se podría alcanzar, porque así era el pasado, era una masa gelatinosa, tan frágil que una palabra podía describir el mismo pasado, pero dividido en una amplia gama de versiones que cada una era diferente a la otra. Recuerdo cuando prometimos que estaríamos alguna vez en París, yo lo estuve, pero tú no.

Caminé aquella tarde por una plaza casi deshabitado, a los lejos un joven con una guitarra, pero yo había perdido toda la esperanza, como si hubiera perdido todo, como si hubiera lanzado una piedra al fondo de un pozo oscuro, al cual llamamos olvido, el cual jamás volvería a tener agua, así cayó mi esperanza. Y ésa piedra lanzada sería la que se confundiría con otras tantas que estaban también allí de tantos años atrás. Sin embargo, escuché tu melodía, la última composición que habías hecho, aquel sonido triste como los días que pasan en el sur, con las llevas, y los niños que juegan a ser bravos guerreros entre el barro, los animales y el bosque, pero así era tu música, que pasaba mágicamente de la nostalgia a la felicidad y viceversa, un juego de arpegios y acordes y ahí estaba, tu juego tan real, tan tangible. Recordé que ése el tema que tu componías antes de separarnos, antes de todos estos años, y me acerqué al lugar de donde provenía aquella melodía, y apareció la esperanza de ver tus viejas y tristes manos. Esa era la canción que componías para tu hijo, y cuando vi las manos de aquel joven que interpretaba tu música como si fuera la suya, sentí vergüenza de mis manos, viejas y algo arrugadas, me senté en una banca cerca del joven, mientras recordaba a Davis, estuve recordando el día que tocó a mi puerta y me dijo que sería padre y que lloramos. Cuando terminó la canción me acerqué al grupo de jóvenes, y le hablé al guitarrista, vi en sus ojos un mundo de sueños, la misma mirada idealista de Davis, era como si pudieras ver en aquellos ojos, pasar imágenes, sueños realmente, sólo sueños. Hola, perdón que te moleste, pero te quería preguntar de donde sacaste esa canción, le dije, la saqué de un viejo cassette que tenía mi abuela en su casa y la transcribí. Tuve la impresión de que era el hijo de Davis, perdón me llamó Morrison, soy escritor, bueno no un gran escritor pero me da lo suficiente para vivir, yo soy Nicolás. Mientras conversamos de música, un tema que no conocía mucho, y menos sobre música contemporánea, era un tema del que Davis me conversaba, como éste muchacho, al cual yo escuchaba con gran atención. Le comenté que quería escribir sobre algún músico, es a eso a lo que me dedico le dije, y nos reímos.

Un grupo de jóvenes se le acercaron a Nicolás y comenzaron a conversar con él, me sentí desplazado y lejano, y algo de extranjero, supe que era el momento adecuado para irme, me pregunté ¿qué hace un viejo como yo en un grupo tan joven? Bueno Nicolás fue un placer haber conversado contigo, le dije, espera, toma, dijo Nicolás, y me pasó una especie de panfleto con una dirección, allí voy a tocar la próxima semana para que vengas y escuches buena música, gracias, pagué la cuenta y me fui caminando hasta el departamento de Francisca. Sí, al parecer Davis había cumplido su sueño, alguien tocaba sus canciones, no quedaron suspendidas en el aire como partículas de polvo, como asteroides en la infinidad del universo. Cumplimos nuestros sueños de jóvenes románticos, ser conocidos más allá de nuestros amigos.

VII

A la semana siguiente fui a la dirección que me había dado Nicolás, era un pequeño galpón adaptado para dar pequeños recitales, mesas y sillas una especie de barra y el escenario. Ahí estaba en él, sentado en el escenario con su guitarra y un grupo de músicos que lo acompañaba, de pronto soltó su voz, como un huracán que destruía todo a su alrededor, cuando lo escuché cantar, cerré los ojos, y soñé allí las manos de Davis con su guitarra, No había sido olvidado, era una de las canciones que solía cantar Davis, allí había un joven que lo interpretaba, casi con las mismas sensaciones y con tus mismas emociones, que se te notaban en el rostro con muecas. Perdí el control de mí, y una lágrima se deslizó por mi mejilla, el recuerdo, los años, la vida, me volví a preguntar ¿está todo perdido?, no fui capaz de responderme.

Cerca del escenario, en una mesa solitaria, había una mujer mayor, a ella también se le caían las lágrimas mientras escuchaba la canción. Al terminar la canción bajó del escenario y besó en la mejilla a la mujer, ella se levantó y lo abrazó tierna y cariñosamente. Después de aquella calida escena me dirigí a la dirección donde se encontraba Nicolás y la mujer. Se sorprendió al verme, yo le tendí la mano. Y lo felicité por su fantástica interpretación de “ojos oscuros”, me miró asombrado, ¿como supiste el nombre de la canción?, preguntó, me reí, pero no le contesté, alguien llamó a Nicolás del otro lado, perdón, me dijo voy a ir a saludar a unos amigos, adelante muchacho, y me senté al lado de la mujer. ¿Cuántos años han pasado Morrison?, preguntó la mujer, mientras encendía un cigarrillo, no lo sé, parece que muchos, porque ya hemos envejecido un poco, le contesté. Ha pasado bastante tiempo, que ya ni me reconozco cuando me miro al espejo, dijo, la miré y nos dimos un abrazo fuerte, ¿Cómo has estado mujer? Le pregunté, he estado bien, me respondió. Sentí que mi búsqueda estaba llegando a su final. Nos has cambiado en nada, tienes la misma cara desde a ultima vez que te vi, comentó, tengo más canas, le dije riéndome. ¿Cuándo volviste a Chile?, me preguntó mientras le daba un sorbo a su bebida, estoy de paso no más, llegué hace como un mes, pero me voy el próximo lunes. Un viaje breve, me dijo, y ¿qué ha sido de tu vida, estás casa, soltera? Le pregunté. Me estoy separando de mi marido, me respondió, y le dio otro sorbo a su bebida. Lo siento le dije, no te preocupe Morrison. Sabes porque no vamos a mi casa, para celebrar. Asentí, tomó su cartera y nos despedimos de Nicolás, y tomamos un taxi hasta la casa de Tamara. Al llegar a su casa abrió una botella de vino y nos dedicamos a conversar, beber y fumar, ella estaba más interesada en mí, preguntaba si había sido muy duro el exilio, dónde vivía, si me había casado ya, si tenía hijos, respondí a todas sus interrogantes, le conté los años que viví en Barcelona, los viajes de París, y sobre mi carrera de escritor en Europa. De pronto le pregunté si Nicolás era el hijo de Davis, me respondió que sí, ella me contó lo que había pasado con él, sobre su éxito musical durante algún tiempo, mientras miraba a través de la ventana. Me dijo donde lo podía encontrar, pero que ella llevaba mucho tiempo sin verlo.

VIII

El sábado antes de tomar el avión, fui a ver a Davis, allí estaba él, me senté, lo saludé, y comencé a llorar, lloré mucho. Conversé horas con él, y me dediqué a ver los árboles que nos rodeaban, me puse a recordar viejos tiempos, tantas historias, también vi a tu hijo, es un gran muchacho, compañero, lo vi tocando esas canciones que solías tocar cuando nos juntábamos en la playa, te acuerdas. Le dije que me iba el lunes. Me despedí. Y le dejé el ramo de flores y me fui.

Me gusta ver el amanecer en las alturas, donde yacen las nubes, después de ver a Davis, decidí jamás volver a Santiago, ya no tenía una razón para regresar.

Llegué al departamento de Francisca, toqué y cuando abrió, la abracé. Esa noche dormí en su casa, ella me preguntó como había estado el viaje, le dije que había sido bueno, que había encontrado lo que estaba buscando, ¿Qué buscabas? Me preguntó Francisca, la verdad, busqué la verdad, le dije.

A la semana de mi vuelta una carta llegó, era de Chile, la había enviado Nicolás, en su interior un disco, lo puse en el equipo musical, y lo escuché. Era el disco que había grabado Nicolás con su banda. Luego leí la carátula del disco, “El susurro del tiempo”, homenaje a S. Davis. Francisca me dijo, a quien escuchas, a Davis, le dije, a Davis, me agradó mucho, dijo Francisca. El era mi amigo, mi amigo que era músico, eso es lo que busqué en Chile. Francisca me miró, sonrió y me besó.