domingo, mayo 03, 2009

Algún día de diciembre

Estamos ahí caminando por calles desconocidas, y mi sistema respiratorio está inundado de ese olor a pescado que se pudre y aceite de motor.
El cielo está gris y parece que va a llover cenizas. Lo único bueno de estos lugares es que son tranquilos y siempre están lejos de la ciudad, asegurándose de una invasión de zombies, de la cual ninguno sobrevivirá.
Entonces él le quita el polvo con un pañol humedo, pero deja más la cagada, ahora el polvo es barro, y la tumba deja de ser celeste. Entonces nace el silencio. Una escena burda, nadie habla, sólo nos miramos. Queremos llorar, pero no hay por quién llorar.