jueves, junio 18, 2009

23/06/09

El sonido del oscuro metal en mi oído,
mis pulmones arden como brasas,
el humo denso de las chimeneas
se esconde bajo un cielo sin tiempo ni espacio.
Las líneas del viejo tren se pierden en la lejanía,
en la isla perdida, donde los pasos se hunden
hasta desaparecer en el amanecer.

La lluvia desciende bajo la piel del mármol,
como sangre derramada en la tierra,
el silencio nocturno se mezcla con el sudor,
las gotas revientan y gritan en las hojas
que nadan en un oscuro mar que se disuelve
en las luces de la ciudad.

Mis manos se transforman en una araña
que recorre las paredes húmedas,
mis ojos que se estrellan en el cielo,
el rumor de las calles que desaparece
con la brisa que grita en la ventana.
Un gota atraviesa una copa quebrada,
sobre la mesa está la locura retorciéndose
de dolor.